Sobre los deseos

Era una mañana de invierno. Debería decir que esa mañana, el sol había dibujado un cielo inusualmente rosado, con pinceladas violáceas. Quizás era el efecto fugaz de un cambio de temperatura sobre las capas altas de la atmósfera. No lo sé. Puede que fuera solo una mañana cualquiera.

Recorría ese camino, sin prestar mucha atención, quizás siguiendo el surco que mis zapatos habían dejado en la tierra en días anteriores.

No fue hasta percibir un roce inusual sobre una superficie sólida cuando me di cuenta de su presencia. Era una lámpara de aceite vieja y corroída que sobresalía perezosamente.

Sonreí.

– «Quizás mi suerte haya llegado a un punto de inflexión» – pensé.

Me hice con la lámpara, no sin esfuerzo y sin provocar una espesa nube de polvo. Y sin perder un instante la froté.

Ante mi, apareció un ser disfrazado de genio de la lámpara. Bueno, bien considerado, no era un disfraz pero ese pensamiento me parecía más aceptable en ese momento.

– «¡Te concederé tres deseos! Empieza cuando quieras».

Arrugué mi entrecejo, no sin replicar a tan amable invitación:

– «Deseo formular deseos conscientes».

– «¿Qué quieres decir con eso?»- me interrogó el genio.

– «Quiero que cuando formule un deseo sea consciente de las consecuencias de lo que estoy pidiendo, de forma que no me lleve ninguna sorpresa tras haberlo formulado o pueda llegar a arrepentirme por los efectos que la materialización de mi deseo tenga sobre mi y sobre el resto del universo» – expliqué al genio.

– «¡Concedido! Procede a tu segundo deseo cuando lo desees».

– «Deseo no tener límites en mis deseos» – dije a continuación.

– «¿Deseas ser un genio?» – me preguntó el genio.

– «No. Deseo que no exista un límite en los deseos que me vas a conceder. De forma que pueda deshacer o complementar cualquier deseo que haya formulado anteriormente. Implica también que no me impondrás ningún límite temporal sobre mis deseos, ni para hacerlos ni sobre su duración» – repuse.

El genio se mostraba verdaderamente incómodo con mis dos primeros deseos, pero no pudiendo ir en contra mi primer deseo, añadió:

– «Ese no es un deseo que yo pueda cumplir sin desbaratar el tejido mismo del Universo. ¿Qué es lo que quieres? ¿Ser Dios?».

– «Ok. Deseo conocer a Dios» – dije en ese momento.

Pasaron unos minutos en los que el genio me miraba y yo miraba al genio.

El genio hizo una mueca.

– «Tu primer deseo convierte este último deseo en inalcanzable. ¿Cómo abarcar las consecuencias de tal deseo? ¿Bastaría con decir que tu vida cambiará para siempre y tu concepto de la vida no volverá a ser el mismo …?» – preguntó el genio.

– «Me parece correcto, ¡Hazlo!» – esta vez fui yo el que parecía conceder un deseo al otro.

– «¡Deseo concedido!» – dijo el genio al tiempo que hacía aparecer un espejo delante de mi.

– «¿Pero qué es esto? ¿No he sido claro con mi deseo?» – añadí.

– «Esto es lo más cercano a tu deseo que puedo llegar a hacer» – me repuso.

– «No entiendo»

– «Yo soy sólo un genio. Cumplo deseos» – argumentó el genio.

– «Explícame que significa este espejo» – gasté mi último deseo.

– «Eres Dios reconociéndose a si mismo. Dios en un cuerpo humano» – y desapareció.

Autor anónimo

error: Content is protected !!