Sobre la magia

Lo importante es sentir lo que eres, expresar lo que eres y amar lo que eres, para poder crear.

Si te pidiera en estos momentos una definición de ti mismo, no sabrías darla, «me llamo tal», «hago tal cosa», «vivo en tal sitio», ¿Verdad?

Tienes que ir a tu esencia. Tienes que vivirte a ti plenamente, no significa vivir la vida sino vivirte a ti, plenamente. Solo experimentando se conoce uno, cómo es.

¿Y cómo se experimenta? Deseando y creando, viviendo, emocionándose, sintiéndose salvaje y a la vez humano, sin dar explicaciones, simplemente sabiendo lo que eres, sabiendo que tienes una naturaleza.

Es muy importante para el siguiente tramo encontrarte a ti mismo.

Te haces demasiadas preguntas. Y poco sientes lo que llegas a ser. Alguna vez tienes alguna pequeña visión, pero en realidad solo deseas y esperas a tener el grado, a graduarte en no sé qué escuela para sentirte merecedor de aquello que anhelas. ¿Has visto que pobre es esa visión de ti mismo?

¿Qué haría un gran maestro, aquel que enseña, muestra, guía? ¿Por qué se dice tanto «ser el maestro de uno mismo»? Porque tú te guías, tu te muestras, tu experimentas.

No es necesario que te definas, eres como el espacio, como el multiverso.

Todo lo que vives es parte de ti. Es un más y más, y más ….

En esa serie de magos tan popular, dime, los de primer curso estudian, practican, … ¿Qué hacen los de último curso? Se divierten, van a fiestas, viajan ¿Por qué? Porque se han relajado, saben que hay algo más que el primer nivel; incluso suelen tratar con desprecio a los de primer nivel.

Tú no estás en guerra contigo mismo. Te han hecho creer que estás en guerra, crearon esa ilusión para ti. Lo crearon seres como tú que están en otro nivel.

Piensas que tienes que trabajar mucho. Puedes disfrutar como lo hace un maestro, puedes guiarte, tienes la magia en ti mismo, la magia creadora. Pero tú aún no te lo crees.

Puedes hacer acopio de símbolos que te hagan sentir que la abundancia está en ti, que has superado la iniciación, que eres capaz de volar, de liberarte, que puedes crear.

Eres un creador nato, pero crees que tienes que pasar por exámenes y pruebas para demostrarte que eres digno de esa magia, de esa creación. Y no es verdad, ya eres digno, eres igual que ellos.

¿Sabes lo que es levantar el velo? Creer en ti, aun a sabiendas de que nadie más lo hace, o que nadie cree en lo que estás haciendo, en lo que estás sintiendo y en lo que estás creyendo.

Todos los de ahí afuera son peones.

¿Te gusta el ajedrez? Es juego, defender al rey con la reina, la que tiene el poder. Los caballos, los instintos. Los alfiles, la inteligencia. Las torres, la defensa. Y los peones, todas las herramientas.

Todo en un tablero con casillas blancas y negras. Estos colores son el principio y el final.

Pero hay gente que no juega a ganar, simplemente disfruta, quizás calculando jugadas, o simplemente comiendo todos los peones, o jugar por jugar. Y cuando se acaba la partida se vuelve a jugar. No hay fin, no hay principio. Lo tomas y lo dejas cuando quieres.

La vida es igual.

¿Quieres divertirte? Te divertirás, ¿Quieres luchar? Lucharás, ¿Quieres defenderte? Te defenderás, ¿Quieres atacar? Atacarás.

Harás lo que quieras, tendrás esa experiencia, y cuando se acabe la partida vuelves a empezar. Aquí lo llaman drama.

Estás a la espera porque tú quieres. Tan sencillo como eso, y tan desesperante.

No necesitas hacer nada. Solo desearlo. Pero desde dónde deseas, desde el miedo y la necesidad, eso está vacío. No hay energía.

Tienes todavía demasiados «pero» y algunos miedos bastante profundos. Crees que si no te enfocas en ellos, pasarán, pero no, son un lastre.

Si tú sientes lo que eres y con quién estás conectado empezarás a usar tu magia. Solo tienes que sentirla.

Se acabó el tiempo de espera.

Cuando tú lo haces desde tu ser, desde el conocimiento de todo lo que eres, no errarás en tu paso, no necesitarás veinte experiencias para aprender algo, para demostrártelo, para vivirlo, no serán premios, ni castigos.

Extracto del mágico libro de Zero (Tetsuo Hirakawa)

Sobre los deseos

Era una mañana de invierno. Debería decir que esa mañana, el sol había dibujado un cielo inusualmente rosado, con pinceladas violáceas. Quizás era el efecto fugaz de un cambio de temperatura sobre las capas altas de la atmósfera. No lo sé. Puede que fuera solo una mañana cualquiera.

Recorría ese camino, sin prestar mucha atención, quizás siguiendo el surco que mis zapatos habían dejado en la tierra en días anteriores.

No fue hasta percibir un roce inusual sobre una superficie sólida cuando me di cuenta de su presencia. Era una lámpara de aceite vieja y corroída que sobresalía perezosamente.

Sonreí.

– «Quizás mi suerte haya llegado a un punto de inflexión» – pensé.

Me hice con la lámpara, no sin esfuerzo y sin provocar una espesa nube de polvo. Y sin perder un instante la froté.

Ante mi, apareció un ser disfrazado de genio de la lámpara. Bueno, bien considerado, no era un disfraz pero ese pensamiento me parecía más aceptable en ese momento.

– «¡Te concederé tres deseos! Empieza cuando quieras».

Arrugué mi entrecejo, no sin replicar a tan amable invitación:

– «Deseo formular deseos conscientes».

– «¿Qué quieres decir con eso?»- me interrogó el genio.

– «Quiero que cuando formule un deseo sea consciente de las consecuencias de lo que estoy pidiendo, de forma que no me lleve ninguna sorpresa tras haberlo formulado o pueda llegar a arrepentirme por los efectos que la materialización de mi deseo tenga sobre mi y sobre el resto del universo» – expliqué al genio.

– «¡Concedido! Procede a tu segundo deseo cuando lo desees».

– «Deseo no tener límites en mis deseos» – dije a continuación.

– «¿Deseas ser un genio?» – me preguntó el genio.

– «No. Deseo que no exista un límite en los deseos que me vas a conceder. De forma que pueda deshacer o complementar cualquier deseo que haya formulado anteriormente. Implica también que no me impondrás ningún límite temporal sobre mis deseos, ni para hacerlos ni sobre su duración» – repuse.

El genio se mostraba verdaderamente incómodo con mis dos primeros deseos, pero no pudiendo ir en contra mi primer deseo, añadió:

– «Ese no es un deseo que yo pueda cumplir sin desbaratar el tejido mismo del Universo. ¿Qué es lo que quieres? ¿Ser Dios?».

– «Ok. Deseo conocer a Dios» – dije en ese momento.

Pasaron unos minutos en los que el genio me miraba y yo miraba al genio.

El genio hizo una mueca.

– «Tu primer deseo convierte este último deseo en inalcanzable. ¿Cómo abarcar las consecuencias de tal deseo? ¿Bastaría con decir que tu vida cambiará para siempre y tu concepto de la vida no volverá a ser el mismo …?» – preguntó el genio.

– «Me parece correcto, ¡Hazlo!» – esta vez fui yo el que parecía conceder un deseo al otro.

– «¡Deseo concedido!» – dijo el genio al tiempo que hacía aparecer un espejo delante de mi.

– «¿Pero qué es esto? ¿No he sido claro con mi deseo?» – añadí.

– «Esto es lo más cercano a tu deseo que puedo llegar a hacer» – me repuso.

– «No entiendo»

– «Yo soy sólo un genio. Cumplo deseos» – argumentó el genio.

– «Explícame que significa este espejo» – gasté mi último deseo.

– «Eres Dios reconociéndose a si mismo. Dios en un cuerpo humano» – y desapareció.

Autor anónimo