La espiritualidad no es un fin

Podríamos empezar por preguntarnos ¿Qué es la espiritualidad?

¿Dónde nace esa llamada a recorrer ‘un camino hacia algo más’?

La espiritualidad tiene que ver con el concepto que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Y nos conduce a replantearnos la esencia de nuestra propia identidad.

Si la identidad del humano es la base misma de los cimientos del ego, cuestionar la realidad de lo que pensamos que nos define es en sí un camino espiritual.

Puedo compartir mi experiencia personal al comentar que el camino espiritual me llevó a transitar por las baldosas de la filosofía pues esta búsqueda es un deseo de conocer quién soy, qué soy y por qué existo. Utilicé el discernimiento y el cuestionamiento para dejar atrás algunos pensamientos heredados o ancestrales, para intentar crear otros nuevos sobre la base de mi propia experiencia. Y estuvo bien, pero este camino acabó siendo un lastre cuando la lógica material y la razón me acaban llevando siempre al mismo callejón sin salida: una respuesta conduce a otra pregunta, y así sucesivamente.

Mis pasos en el mundo espiritual cohabitaron por un tiempo con corrientes de carácter religioso que me aportaron respuestas. Y bebí, posiblemente, de fuentes milenarias, queriendo saciar la sed de mi ser interior, para, un buen día, reconocer que los dogmas que debía aceptar eran más pesados que la ligereza de las respuestas que llegaba a alcanzar, y descubrir que los rituales eran una distracción del verdadero conocimiento. Descubrí que cuando las respuestas provienen del exterior el vacío interior sigue sin colmarse, y que las experiencias de otros, por muy antiguas o legendarias que sean, son solo ‘relatos personales’, ‘versiones de experiencias individuales’… no ‘verdades universales’.

Exploré igualmente el mundo de la para-ciencia a medida que ésta se va fundiendo con su hermana ‘la ciencia’ para descubrir que el mundo material es mucho más complejo y extraordinario. Pero mi búsqueda quedó incompleta, pues todo lo que descubrí solo sembraba nuevas dudas en mi mente.

Así llegué a la conclusión de que la espiritualidad no es otra cosa que un camino para reconocerme a mi mism@, dentro de un universo de múltiples facetas, múltiples dimensiones, donde navego sin saber a ciencia cierta qué viento me empuja hacia adelante o qué peso muerto llevo en mi bodega.

Es un camino de autodescubrimiento personal. ¿Cuál es mi verdadera identidad? ¿Cómo puedo llegar a reconocerme?

Entonces, si Dios existe, esa dimensión que lo abarca todo, mi fuente original, mi creador, ¿Qué soy para Él? ¿Qué sentido tiene la vida, mi vida de humano, si las respuestas que busco realmente están tan insospechadamente ausentes?

En algún momento, acabé por aceptar que el mundo de los sentidos no iba a satisfacer mi anhelo, por más tiempo que le dedicase y por más esfuerzos que realizase. Esta conclusión fue fruto de la experiencia personal, fruto de miles de experimentos.

Eso sí, poco a poco iba destilando algo de sabiduría. Esa sabiduría que resulta del cúmulo de experiencias desafiantes, maravillosamente desconcertantes y a veces atemorizantes, que es en suma la vida humana.

Nuestro humano anhela una evolución hacia algo más, se interroga sobre el sentido de la vida, sobre el funcionamiento de la energía, sobre el camino espiritual que puede conducirle hacia una emancipación del sufrimiento, del drama, del miedo, de los límites.

Pero, cuanto más me esfuerzo en pulir mi identidad como humano, más atrapado estoy en la duda, en la preocupación de estar haciendo lo correcto.

Mi identidad ha ido evolucionando, como lo ha hecho mi percepción de mi mism@ y cómo me percibo a través de los ojos de los demás.

En el camino espiritual, son muchos los que se atascan intentando convertirse en un mejor «ser espiritual», distraídos y preocupados por las fallas de su relación con su propio dios.

La vida humana es una vida limitada y el verdadero trampolín está en la consciencia, en la conexión con mi verdadero Ser.

A partir de cierto punto la ‘espiritualidad humana’ solo conduce a niveles más elevados de espiritualidad, es decir a caminos que requerirán un mayor esfuerzo físico, mental o financiero (merchandising), pero no necesariamente a niveles superiores de libertad o de consciencia.

Es entonces cuando la espiritualidad se convierte en una limitación.

Sin embargo la espiritualidad como herramienta puede permitirte abrirte a tu conexión con tu divinidad, para permitir a tu esencia que tome las riendas de tu evolución; entonces la espiritualidad no es un fin.

Puedes aprender a vivir plenamente, desde la creación con pasión, desde la experiencia llena de diversión, desde la emoción sin la duda sobre el mañana, desde el uso de la energía sin necesidad de controlarla.

Vivir libre de la ilusión de una identidad como ser espiritual.

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