Rara vez acudimos a un espejo para felicitarnos por un éxito, por un sueño alcanzado, o para dedicarnos una sonrisa amable y amorosa por habernos sentido llenos y plenos. Es más frecuente acudir a un espejo en busca de un alivio a nuestra propia tortura mental o en búsqueda de un culpable, incluso en búsqueda de una persona que nos ayude a superar nuestras más íntimas debilidades.
El mundo es un gran espejo.
Puede que conozcas bien la teoría sobre tu propio poder interior, sobre la necesidad de cierto desapego de las cosas, de los lugares, de las persona, de los sucesos, del futuro, y del pasado. No obstante es fácil sucumbir al deseo de permanecer en tu ‘zona de confort’.
El amor hacia uno mism@ se confunde con el egoísmo. El sacrificio personal se confunde con el ‘comportamiento elevado’. La negación de las necesidades físicas se confunde con la búsqueda de recompensas espirituales. La moralidad con el deseo divino. El despertar de nuevos dones psíquicos con el crecimiento espiritual. La huida hacia adelante con la ascensión.
¿Qué persigue aquel que siente el llamado a un nuevo despertar de la consciencia?
Si la pobreza y todos los tipos de carencias son ‘enfermedades mentales’, un ser iluminado no necesita nada porque lo tiene todo.
El ser humano consciente de su divinidad pisa el suelo de este planeta sintiéndose parte del todo, pero no destruye su humanidad, solo la transforma. No quiere aniquilar su individualidad. Se convierte en un dios encarnado. No es Dios, y al mismo tiempo lo es.
Cuando la miopía espiritual te golpea, no quieras mirar el reflejo del mundo en búsqueda de un culpable, observa más bien tu mundo interior y verás las claves que distorsionan tu visión de la vida, de tu camino espiritual.
Sabes que tu alma no es una entidad ajena a ti.
Y tú no eres un ser imperfecto, pues nada que provenga de la fuente puede serlo. La vida es un camino, una experiencia que te acerca más a ti mismo.
¡Que así sea!